Benjamin coleccionaba cuadros u2014u201cEl ángelu201d de Klee, que pasará después a Adorno y que finalmente Felizitas restituirá a su hijo Stepan Raphaelu2014, fotos u2014las propias, la de esos dos niños vestidos de tiroleses, la del pequeño húsar con espadita y banderola, las de otros, de Kafka niño en esa suerte de invernadero con palmerasu2014, libros u2014bibliotecas íntegras que extrañau2014, cartas, juguetes u2014que después se transformarán en fotos que serán lo único que nos quede de esa colecciónu2014, postales u2014las de su abuela, en principio, las que encontraba en sus viajes, San Gimignano, Volterra, Siena, Ibiza, Palma de Mallorcau2014; las palabras pronunciadas por su hijo, pero también recolecta pasajes de textos que copiaba de libros, diarios, revistas, información de editoriales, diccionarios, enciclopedias, a veces en la lengua en que están escritos, a veces traduciéndolos. En fichas o anotados escrupulosamente con una letra pequeñísima en boletos de tren, todo es parte de la obra de Benjamin. Porque pocos legados han sido tan minuciosamente conservados y editados. Lector voraz, Benjamin cita, entrecomillando a veces, sin comillas, otras, explicitando de quién toma la idea, o no; diciendo exactamente lo que otros dicen o tergiversándolo. Atesorar y dispersar al mismo tiempo. Benjamin envía a sus amigos copias de sus trabajos, los libros de su biblioteca u2014ese intento de juntar en Svendborg, en casa de Brecht, los libros que en París y Berlín había reunido, sus cartas y postales pidiendo que los guarden u201ccomo recuerdo, si no para ti, por lo menos para míu201d.