Oreste Donadío tiene cristal y fuego en su corazón, y su alma de niño, y de adolescente, tal vez muy tempranamente herida por soledades y ausencias, le hizo luego un hombre inclinado hacia el silencio; le hizo sensible a esa otra dimensión poblada de misteriosas presencias, o aún mejor, habitada por la Presencia Misteriosa.
Su ojo de adentro, tan abierto que le hizo pintor, le hizo, asimismo, con el transcurrir de los años, poeta. Sus poemas son también fuego y cristal; lo devorador y lo frágil allí, al mismo tiempo. Y en lo personal e íntimo de sus vivencias, en su palabra austera, encontramos, tal vez, como en un espejo, reflejos de profundidades y de rincones de nosotros mismos.