La poesía de Hugo Mujica dibuja líneas sutiles y canta la voz del silencio. Es una escritura que piensa la vida como un espejo roto y fragmentado. En ella aparece el ser humano como un mendigo con las palmas abiertas durmiendo sobre una banca que es el mundo. Junto a él, un perro que no hace promesas pero se entrega al Todo. Camina también en su escritura un niño que juega ante la gratuidad del universo, sin porqué ni para qué. La voz del poeta conjuga la búsqueda espiritual en Oriente, la meditación del monje trapense, la experiencia del viajero por el desierto africano, el diálogo con los filósofos antiguos y contemporáneos, y la reflexión del cinéfilo que sale pensativo de un teatro en las grandes urbes. Su estilo pausado, aforístico e ideográfico, evoca la reflexión atenta y el deseo decir lo apenas suficiente, sin más adornos que la belleza de la propia desnudez. El canto de Mujica es un trazo delicado que desafía a esta época de ruido.
Juan Esteban Londoño