Que los poetas de nuestra lengua suelen encarar la muerte del padre con poemas es cosa bien sabida desde que Jorge Manrique lo hizo a finales del siglo xv. No existe novedad o sorpresa en llevar ese duelo hasta los versos, aunque, como en toda empresa poética, puede encontrarse en escasas ocasiones una luz derivada del tono o del lugar en que se canta.rnNo veo en el poemario de Alejandra Lerma lo que suele rondar estos paisajes: intentos de catarsis, elegías pomposas, capitulaciones ante la adversidad o flagelaciones melodramáticas. Encuentro, sí, una estupefacción abrasadora ante la que no cabe respuesta o defensa; un estremecimiento irreparable. La humanidad desnuda y bella, en suma, que, por su desnudez, nos ilumina.
Carlos Palacio, Pala