Como escenario de fondo está el Madrid helado de 1958 donde aún son visibles las penurias de la postguerra. Los personajes de este fresco de retratos únicos se debaten entre la anulación existencial que supone la miseria, la implacable presencia de la dictadura, la imposible nostalgia de la libertad y el surgimiento de un nuevo espacio urbano dominado por la especulación inmobiliaria, el estraperlo, la nueva vida nocturna y la delincuencia organizada. La represión es silenciosa y se apoya en la hipocresía de las nuevas clases medias y una falsa aristocracia. Con un estilo particularmente lírico la descripción de la ciudad se convierte en una metáfora de la soledad y el abandono donde sin embargo, parece vislumbrarse el eco de una esperanza nacida de la solidaridad y de las cenizas de esta amarga historia.
Como contrapunto se describe el período de extrema violencia que se vive en un barrio de Medellín hacia los años 1952 cuando la represión, las matanzas de gentes inocentes y la persecución de las ideas peligrosas se alientan bajo el mismo esquema de la Falange española. Niños aterrorizados, madres que deben huir para salvar sus familias, quema de libros, personajes castigados por sus ideas políticas, puertas y ventanas cerradas. Un escenario de pesadilla tan irreal que parece sobrepasar la fe íntima de las víctimas en su desesperanza.
Las dos historias se reúnen en el Madrid que sucumbe y el Medellín que parece no tener aurora posible. La violencia y la sordidez de las situaciones escapan del facilismo testimonial, gracias al aura con que el autor ha sabido revestir cada una de estas vidas, cada uno de estos paisajes vistos como inolvidables estados de alma.
