En la Italia del siglo xiv Petrarca se erige, con Dante y Boccaccio, como uno de los tres pilares de una nueva era en Occidente, marcada por el humanismo. Y es que, al redescubrir la tradición de los clásicos latinos, el poeta del Cancionero, laureado en 1341 en el Capitolio de Roma, se distanció de la teología e hizo del ser humano el principal interé del saber. Y precisamente su obra epistolar escrita en latín contribuyó a plantear ese proyecto inédito. En esta ediciou0301n del monumental corpus en prosau2014integrado por las cartas familiares, de senectud, sin destinatario y dispersas, que abarcan buena parte de la existencia del poeta y casi un siglo de historiau2014, Petrarca nos habla como observador de su convulsa eu0301poca, de sus contemporau0301neos y de siu0301 mismo, dialoga con autores del pasado convirtieu0301ndolos en privilegiados interlocutores y crea su propia comunidad intelectual mau0301s allau0301 del tiempo y el espacio. Asiu0301, forja la figura del hombre, singular y mortal, pero capaz de ejercer su libertad y trascender la finitud apelando a la posteridad. Con Petrarca el arte se vuelve alternativa existencial al sentimiento religioso, y el artista, paradigma humano.