Aleksandar Hemon nos contaba en uno de los magistrales relatos de La cuestión de Bruno, cómo la guerra de los Balcanes y el sitio de Sarajevo habían sorprendido a Jozef Pronek, un joven crítico de rock, en los Estados Unidos, donde presenció el estallido del conflicto en la televisión. Y ahora, este antihéroe lúcido y desolado, este «hombre de ninguna parte que está sentado en un país en ninguna parte y hace planes que no se realizarán en ningún lugar», como cantaban los Beatles en una de sus canciones favoritas, lleva en Chicago una vida de nómada al borde de la nada, recorriendo el circuito de los trabajos basura ofrecidos a los inmigrantes.
Pero Hemon nos desliza por el tobogán del tiempo y de la historia, y nos conduce a la adolescencia de Jozef en el Sarajevo de los años setenta, donde tenía una ruidosa banda de rock; nos lleva a Kiev, donde había ido a visitar a su abuelo, y conoció a George Bush (padre); asistimos a sus hilarantes, gozosos, fallidos primeros encuentros con el sexo; a su humillante experiencia como soldado; a su vida cuando aún podía ser un hombre de algún lugar.
Pero ¿quién es realmente Jozef Pronek, ahora, en los años noventa? ¿Por qué le persigue constantemente un observador que no se deja ver, y ambiguos narradores nos cuentan sus peripecias, construyen a Jozef Pronek a la manera de un cuadro cubista de múltiples facetas? ¿Por qué para una pareja de enamorados es Mirza, de Bosnia, para una joven estudiante se llama Serguéi y viene de Ucrania, y ante los dos viejos rumanos que no hablan inglés se presenta como John, de Liverpool?